COV-SUMO: reflexiones en torno al consumo en pandemia
Como humanidad y en particular en nuestro país, estamos viviendo un momento muy difícil y especial. El virus COVID-19 ha remecido nuestras sociedades haciéndonos ver y sentir que el ritmo de la vida puede cambiar abruptamente haciéndonos tan vulnerables como no quisiéramos. Esto, naturalmente, nos obliga a reflexionar y, por cierto, cuestionarnos temas relevantes de nuestra vida como por ejemplo las relaciones humanas, la subsistencia como especie humana, el bienestar tanto personal como social, entre otros.

Durante este tiempo hemos visto también cómo la comunidad científica, gobiernos, empresas, y distintos actores de la sociedad están sintonizando con esta restricción inesperada y que nos obliga a “reaccionar” rápidamente no sólo respecto a vacunas, políticas públicas o emprendimientos, sino que también a utilizar los grandes avances que tenemos como humanidad respecto de las tecnologías como apoyo y soporte de estas mismas. En ese sentido, una de las aristas que ha sido mayormente impactada es la económica, partiendo por la baja de esta actividad declarada en el IMACEC, aumento de la tasa de desempleo a más de dos dígitos, la evidencia ya explícita de la pobreza, las caídas importantes de los ingreso familiares chilenos, entre otros, y que se confabulan y hacen cada vez más difícil sopesar la subsistencia de nuestras compatriotas llegando incluso a la desesperación por seguir con nuestras vidas en un contexto bastante incierto.

Así, se han dado una serie de situaciones que nos han hecho activar nuestras capacidades de subsistencia y priorizar nuestro comportamiento de consumo, tanto en aspectos basados en un valor económico y sin duda otros que poseen un valor superior asociado al bienestar de las personas y la sociedad. Es interesante observar cómo han salido a la palestra temas de ajustes en la canasta de alimentos que habitualmente consumíamos producto de escasez o sencillamente de no tener dinero para comprar, de conectividad vía internet para el consumo asociado a la socialización-entretención-educación, de tecnología asociada a aparatos inteligentes como celulares y televisores, de no acceso a servicios tan básicos como una peluquería o ir a la feria, o incluso de comprar ropa de temporada, y que evidencian cambios que no son menores frente al consumo.
No cabe duda de que los síntomas son evidentes y los podemos revisar a diario en nuestras comunas y barrios. Pero hay buenas noticias, ya la percepción de la economía en base al IPEC (GFK) tuvo un punto de inflexión en mayo y evidencia un atisbo de optimismo respecto de cómo estaremos económicamente el próximo año y especialmente en variables asociadas a la reactivación. A pesar de todo, las personas mantenemos el espíritu y la felicidad en épocas de pandemia (Pulso ciudadano, Activa Research). No debemos olvidar que hay temas culturales potentes que nos destacan como nación: la solidaridad y la cultura de las oportunidades. Cuando observamos que las personas compran lo que necesitan para alimentarse sin duda se activa la solidaridad pensando en que haya alimentos para todos y un sentido de colaboración de todos los actores en el ecosistema que estamos inmerso. Ahora bien, respecto de las oportunidades vemos que el confinamiento da una oportunidad de educarse, o de inventar un emprendimiento que sea significativo para el entorno que vivimos, o incursionar en negocios como el delivery, o cambiar hábitos de consumo de comida hacia lo saludable, de cambiar los hábitos de compra a través del e-commerce, o a sencillamente redistribuir el tiempo.
Estas buenas noticias traen consigo la reactivación y el desarrollo, al igual que la búsqueda del bienestar. Es claro que se haya aceptado retirar el 10% de los ahorros previsionales para muchas familias sin duda que es un alivio, y que ese dinero les sirve sin duda para apalear este momento complicado y que da de una u otra forma acceso a pagar por alimentación, pagar deudas, invertir en algún emprendimiento o incluso darse algún “lujo” que antes era impensado. De hecho, en este sentido, me llamó la atención cuando observamos a distintas personas comprando (con parte de ese 10%) televisores de pantalla plana. Algunos podrían pensar que está mal porque no es un bien de primera necesidad, otros pensar es que está bien porque es un lujo que no se podría haber dado antes, u otros pensar que sí es de primera necesidad dado que esa adquisición mejora su bienestar sustancialmente. Como vemos, hay múltiples hipótesis y opiniones al respecto, pero no hay duda de que estamos observando resultados alentadores que realmente alimentan la esperanza de la reactivación rápida, los cambios de hábitos llegaron para quedarse, aunque tengamos que seguir transitando un camino duro, de nuevas oportunidades, de aprovechamiento de la tecnología, de creatividad e innovación, y especialmente cambiar el paradigma del consumo hacia un pensamiento basado en que el consumo de cualquier producto o servicio va en la senda del bienestar personal (porque no decirlo social) que se hacen cargo día a día las empresas basadas en la confianza que los consumidores depositan en ellas.